7 cosas que el idioma italiano no puede (pero sí en otros idiomas)

A pesar de su prestigio, la lengua italiana tiene algunas limitaciones que pueden resultar extrañas para los que lo estudian.
7 cosas que el idioma italiano no puede (pero sí en otros idiomas)

La diversidad lingüística es verdaderamente fascinante. Cada lengua tiene una gramática, un vocabulario, una historia y una literatura únicos, lo cual hace que todas representen un auténtico mundo por descubrir. Pero hay algo de lo que no solemos hablar mucho: el hecho de que a veces las características también pueden representar límites. Pensemos, por ejemplo, en el italiano. Entre sus muchas idiosincrasias, hay algunas específicas que nos muestran cosas que el italiano no puede hacer y que marcan el contraste con todo lo que sí se puede.

Eso no significa que el italiano sea defectuoso. Cada idioma es perfecto con las particularidades que lo hacen único. Sin embargo, eso no quita que haya algunas cosas en ciertos idiomas que no se pueden hacer en otros, y el italiano no es ninguna excepción. A pesar de los siglos de prestigio y tradición literaria, el italiano tiene algunas limitaciones interesantes que podrían parecer un poco extrañas para alguien que lo está aprendiendo como un nuevo idioma. Con este artículo, vas a conocer siete cosas que el italiano no puede hacer.

Siete características distintivas del italiano (y los límites que estas implican)

Distinguir entre un anfitrión y un invitado

Si en una plática en italiano sale el tema de las vacaciones o los días festivos, seguramente en algún momento vas a escuchar una palabra que tendrá un significado bastante ambiguo. Se trata de la palabra ospite, y lo que tienes que hacer es prestar mucha atención cuando la escuches. Esta palabra significa tanto “anfitrión” como “invitado”. Es decir, es una palabra que tiene dos definiciones con significados opuestos. Este fenómeno lingüístico se conoce como enantiosemia. 

En este caso, el fenómeno no ocurre en inglés porque hay una distinción clara entre quién es el anfitrión y quién es el invitado. Pero en italiano no hay una distinción tan clara, por lo que el contexto es lo único que te puede ayudar a entender el verdadero significado de esta palabra y es una de las cosas que el italiano no puede hacer. 

Finalizar las palabras con consonantes

Si pones atención a una conversación entre italianos, seguramente vas a notar que con frecuencia incluyen una que otra palabra en inglés. Es algo muy común, sobre todo en los contextos de tecnología, ciencia y marketing. Lo que lo hace interesante es la pronunciación. Muchos hablantes nativos del italiano no podemos evitar añadir una vocal suave al final de cada palabra que termina en consonante. Entonces, no pronunciamos la palabra network como los hablantes del inglés, sino que decimos algo así como “network-a”. Sin embargo, si le preguntas a un italiano: “¿Y por qué siempre agregas una ‘a’ al final de las palabras?” Te va a jurar con toda firmeza que no lo hace. Y no es que estén mintiendo.

Una de las muchas características fascinantes del idioma italiano es su fuerte predilección por las vocales. Casi todas las palabras terminan en una vocal, por lo que el sonido de una consonante final les suena casi como una contradicción, como un sonido tosco y torpe. Los italianos sienten que todo se tiene que endulzar. Por eso añaden una vocal que apenas se percibe al final de cada palabra. Si tienes un hábito de lectura cuidadoso y sabes hablar italiano, seguramente estarás pensando que sí hay palabras que no son préstamos de otra lengua y que, de hecho, terminan en consonante. Nos referimos a palabras como per, ad, con, il, un y muchas otras. En efecto, todas terminan en consonante, pero son un tipo de palabras que los franceses denominaron enlaces, ya que crean un vínculo fonético entre una palabra y la siguiente, la cual terminará en vocal sin excepción. Entonces, nunca vas a ver que un enunciado termine con una consonante.

Hacer una distinción entre las preguntas y las afirmaciones además de la entonación

En la mayoría de las lenguas europeas, las preguntas se formulan mediante una construcción distintiva en las frases que se conoce como la forma interrogativa. Sin embargo, este tipo de construcción no existe en italiano. El hecho de que los italianos puedan entender perfectamente cuando alguien está haciendo una pregunta puede dejar perplejo a cualquier hablante del inglés, alemán o francés.

Y quizá te preguntes: “¿Pero cómo se entienden entre ellos?” ¡Es exactamente igual a una afirmación! El secreto está en la entonación. Para saber si un enunciado es una pregunta o una afirmación, los hablantes del italiano prestan mucha atención a la última sílaba. Si la última sílaba de un enunciado se pronuncia con una entonación ligeramente ascendente, se trata de una pregunta. Ciertamente, no existe la entonación en la lengua escrita, y por eso utilizamos un signo de interrogación en esos casos.

Producir una forma neutra de un sustantivo

Los sustantivos que tienen género, ya sea masculino o femenino, tienden a ser confusos para los hablantes del inglés que estudian italiano. Es algo que no sucede en inglés porque los sustantivos casi siempre tienen género neutral, excepto en casos especiales como las palabras actor y actress. Esta característica tan particular resulta realmente interesante, sobre todo si tenemos en cuenta que el latín, la lengua de la que deriva el italiano, tenía sustantivos neutros. Pero no hay duda de que a los italianos (al igual que a los hablantes del francés y del español) les encantó la idea de asignarle un género a los objetos, y así fue como todos los sustantivos neutrales adquirieron un género.

En algunos casos, un mismo término puede ser masculino en su forma singular y femenino en su forma plural. Por ejemplo, la palabra uovo (huevo) es masculina en su forma singular pero femenina, uova, en su forma plural. De igual manera, la palabra dito, que significa dedo, es masculina en singular pero femenina, dita, en plural. Esa falta de un género neutral también se puede apreciar en la vida cotidiana. Por ejemplo, los nombres de las profesiones casi siempre son masculinos, incluso cuando son mujeres las que las ejercen.

Extenderse más allá de las fronteras de Italia

El italiano es un idioma cuyos hablantes están concentrados en una sola región. Fuera de Italia, el italiano se habla en la Ciudad del Vaticano y en San Marino, que son dos ciudades que se encuentran dentro del territorio italiano. El italiano es también el idioma oficial del cantón del Tesino y de los Grisones, pero en realidad solo lo hablan en la frontera con Italia. Desde el punto de vista numérico, los hablantes del italiano que viven en Italia representan la gran mayoría del total de hablantes en comparación con Suiza o San Marino. La proximidad geográfica entre las distintas comunidades que hablan italiano ha provocado que la lengua de Dante se identifique como “la lengua de la República Italiana”.  A diferencia de muchas otras lenguas europeas, el italiano no se emancipó de ninguna nación de origen.

Esto es una de las cosas que el italiano no puede hacer que suena un poco difícil de concebir, pero podemos mencionar algunos ejemplos de otras lenguas europeas que se hablan mucho a manera de comparación. El inglés no se habla solo en Inglaterra. Todo lo contrario: es la lengua oficial en decenas de Estados soberanos, y existen muchos dialectos estandarizados, entre los que se encuentra el inglés británico y el estadounidense. En el caso del español, hay más personas que lo hablan en América del Sur que en Europa. El portugués se habla en Brasil y en algunas partes de África, y hay más hablantes del portugués fuera de Europa que dentro de ella. Por otro lado, el caso del alemán es similar al del italiano. Los hablantes del alemán están concentrados sobre todo en una zona que se limita a su país o a los países fronterizos. Sin embargo, la proporción de hablantes es alta en comparación con la de Italia. Mientras que el número de hablantes del italiano fuera de Italia es de alrededor de 100,000, el número de hablantes del alemán fuera de Alemania (principalmente en Suiza y Austria) es de casi 15 millones.

Identificar el origen del “verdadero italiano”

Si conoces un poco sobre la historia de la lengua italiana, seguramente sabes que el italiano moderno que hablamos hoy en día viene de Florencia. También seguramente has escuchado que la novela que escribió Alessandro Manzoni en el siglo XVIII, Los Novios, estuvo inspirada en el dialecto florentino. La expresión “enjuagar los paños en el Arno” se refiere al río que pasa por Florencia. Es un dicho que viene del mismo Manzoni, que buscó “limpiar” su escritura de las influencias lombardas y francesas para hacerlas más propias del italiano. Dicho eso, podríamos pensar que incluso hoy en día el italiano está estrictamente ligado al dialecto florentino. Sin embargo, eso está muy lejos de ser cierto: la influencia de Florencia en la lengua italiana ha ido en declive poco a poco desde la unificación de Italia.

Hoy en día, nadie considera que el dialecto florentino sea el más prestigioso. La pronunciación toscana de la C, la T y la P aspiradas hace que la pronunciación florentina suene extraña para los que hablan el italiano estándar. De hecho, la circunstancia en torno al italiano moderno es muy distinta de algo como la de Francia, en la que el dialecto parisino se ha considerado la forma más pura del francés durante siglos. Lo mismo ocurre en España, donde Castilla sigue siendo considerada la cuna de la lengua española, aunque el término castellano se utiliza para referirse a la lengua de Cervantes.

Modificar la lengua estándar por decreto

Si los italianos decidiéramos intentar eliminar la palabra rinoceronte de nuestro vocabulario, probablemente no lo lograríamos. Hay una razón muy simple: en Italia no hay ninguna normativa que se ocupe específicamente de la lengua. Es decir, no hay ninguna institución pública que pueda modificar la lengua estándar. Lo que sí hay es la prestigiosa Accademia della Crusca, que ha sido la máxima autoridad en todo lo que se refiere a la lengua italiana desde el siglo XVI. Cuando alguien tiene alguna duda o consulta sobre el italiano correcto, lo que hace es consultar a esta antigua academia lingüística.

Lo que quizá no sepas es que la Crusca solo tiene atribuciones de asesoramiento, no de normatividad. En esencia, lo que puede ofrecer es consejos sobre cómo escribir y hablar correctamente, pero no tiene facultades para agregar o eliminar palabras en la lengua o para cambiar reglas gramaticales. La Accademia della Crusca plantea que la lengua estándar no se puede modificar por defecto, sino que se transforma con el uso de la lengua. Los hablantes siempre son los que tienen la última palabra. Cabe destacar que a lo largo de la historia de Italia ha habido varios intentos de modificar la lengua mediante mecanismos normativos.

Uno de estos intentos tuvo lugar durante la dictadura fascista, una época en la que quedaron prohibidos los préstamos lingüísticos y se propusieron sustitutos con palabras en italiano. Fue así que la palabra bar se convirtió en mescita, slalom en obbligata y cocktail en arlecchino, entre muchos otros ejemplos. Sin embargo, fuer una reforma que no tuvo mucho éxito. Una vez que se cayó el régimen, los italianos empezaron a utilizar otra vez los préstamos de otras lenguas. También hubo un intento reciente de modificar el italiano en 2001, cuando se promulgó un decreto que prohibió el llamado bureaucratese, que es algo así como la jerga legal, o la terminología y las expresiones burocráticas como suggellare o all’uopo, que resultaban incomprensibles para la mayoría de los italianos. A partir de la entrada en vigor de la ley, los documentos públicos ya no podían seguirse redactando conforme a esas prácticas, pero el gobierno siguió utilizando su redacción pretenciosa y compleja. Finalmente, la ley casi nunca se aplicó y fue derogada en 2013.

Pero entre todas estas cosas que el italiano no puede hacer, hay una más que podemos agregar: el italiano no se puede domar. Es como un caballo salvaje que se aprecia tanto por su belleza y prestigio como por sus peculiaridades.

Este artículo se publicó originalmente en la edición en italiano de la revista de Babbel.

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